martes, 26 de febrero de 2008

Las farolas de tu barrio

Veo la sombra de esa mujer de mediana edad que baila para ella sola en el salón de su casa.

La habitación es de reducidas dimensiones, pero ella ha juntado todos los muebles en un rincón y ha apagado las luces, dejando sólo la tenue iluminación de la farola.

Baila Piazzola, es triste, melancólico te diría ella si pudiera verte. Gira extasiada con la mirada perdida, parece que llora, pero no, es el brillo propio de la luz artificial.

Sus caderas la han llevado hasta el suelo, ha elegido una esquina vacía del salón. Siempre pensó que su vida estaba compuesta por esquinas, por dobles direcciones. Desliza lentamente la mano derecha, la única que podemos ver puesto que la pared tapa el resto de su cuerpo, acaricia el muro desagradecido y le parece por un segundo, que es la piel de aquel adolescente que hace años rozó, sin mirarlo siquiera, en un autobús urbano, era verano y cree que entonces aun era feliz.

La mano llega al suelo y el cuerpo se curva en un abrazo imposible, el borde de la pared se clava fiero en su vientre caprichoso. Pasan diez segundos y nada pasa, los brazos y las piernas estiradas cubriendo el frío muro.

Ahora si se escapa una lágrima traviesa, pero no podemos verla, su rostro contra el suelo de madera. El orgullo de mujer latina, mujer de hierro y fuego.


Las mujeres ya no saben llorar,

las mujeres ensimismadas y rapaces,

mujeres de barro y azahar.

Quiero no ser mujer,

tampoco sabría ser hombre.

Danzo con furia y rabia

danzo hasta que los pies me sangran

y mis tristes rodillas se agrietan de polvo y miseria.

Reivindico el derecho a no ser

a no creer en nada

a bailar hasta la vejez

a morir en movimiento.

Salvia de árboles enfermos

cubre mi cuerpo

y vuelo así,

entre farolas y

gatos pardos.


Canta al tiempo que curva su espalda hacia el suelo y Piazzola continua inclemente con esa melodía que rasga el alma. Silencio fuera de este cuarto, el mundo parece estar en otra parte.

Creo que te amo le susurro al oído, pero ella no puede oírme.

Te marchas de mi lado dando un portazo. Sé lo que piensas, siempre me gustaron los amores imposibles y yo no te sigo, porque ella comienza de nuevo su danza que a mi me parece un hechizo y me quedo quieta y en silencio. Esperando, tal vez, que en algún momento note mi presencia y decida amarme.

Así, envueltas en música y baile y lágrimas furtivas.



3 comentarios:

Andreu Romero dijo...

Un texto evocador. Lo no dicho lo dice todo.

Javier Pellicer dijo...

menuda maravilla... te atrapa la elegancia y la delicadeza...

@JFernandezLayos dijo...

¡Vaya!, tenía ya mono de tus sugerentes imágenes. Ahora me siento un poco menos desvalido.
¡Qué siga tu tierna sinfonía de fuegos artificiales!