miércoles, 20 de febrero de 2008

El diario de Putricia



Cae la tarde.
Las marujas, como grandes polillas a la luz, se acurrucan silenciosamente ante los televisores, encendiendo distraídamente un cigarro con el cenicero en el regazo. Momentos después, puntual, comienza el espectáculo. La eterna distracción, la panacea como recompensa a todas las agonías de la jornada. Una cabecera con musiquilla de apaño y recortes de color animados. Una pasada rasante de la cámara sobre los obligados aplausos de un público sin rostro. Un progresivo acercamiento a la figura de la presentadora; mujer cliché, anodina, compuesta siguiendo cada uno de los pasos del manual para constituir un personaje correcto y vacío. Una mera azafata puesta ahí para dar paso a los abotargados testimonios de la desgracia diaria. Fin de los aplausos. Carraspeo de la presentadora y un “muy buenas tardes a todos: hoy tenemos con nosotros...”.
Todo eso es tan solo el proceso introductorio al ritual, la preparación para el enfermizo juego empático que, tarde tras tarde, de lunes a viernes, cautiva completamente la atención de las amas de casa del país entero. Un proceso más que religioso; ya de por sí, infinitamente más popular que la oración en la iglesia: un acto vital de canibalismo emocional, vouyerismo vampírico mediante el cual exorcizar el propio vacío interior y taponarlo con sensaciones y vivencias ajenas. Un remedio de escasas horas, temporal, como cualquier droga. Su uso, abuso y necesidad son constantes, una vez la persona es absorbida en la luz artificial, los aplausos, las lágrimas, los silencios incómodos, los abrazos y los gemidos, la actitud a duras penas impasible (y completamente falsa) de la presentadora, el ansia y la espectación por el grotesco caso siguiente...
Una espiral constante.

Al final del ritual, extenuación y desconcierto.
Desorientada por la marea de sentimientos robados, la maruja regresa por unos instantes a su realidad particular, perdida en la negrura del salón. Con los aplausos finales, la tonadilla de despedida y los créditos del programa, comienza a sumirse en una dolorosa ansiedad. La cruda idea del mundo empieza a imponerse, a tender de nuevo sus húmedas e hirientes garras. Es la hora de una profunda reflexión que el colapsado cerebro de ella se niega en redondo a producir. El nivel de agonía espiritual es intolerable.
Un manotazo desesperado, tanteando el sofá como las zarpas de un engendro ciego del subsuelo. Por fin el ansiado contacto de plástico rígido del mando a distancia. Luego, el violento disparo a la pantalla.
Más canales, más drama y más miseria.
El entretenimiento nunca termina.


3 comentarios:

vhonkhamy dijo...

Brutal y real como la vida misma. Sólo un detalle le aparta de esa realidad... una maruja auténtica nunca mancillaría el aroma de las cortinas del salón fumando frente a la tele, antes me la imagino remojando las uñas en un pequeño recipiente de agua jabonosa como paso previo a hacerse la manicura.

David Gómez Hidalgo dijo...

Has utilizado un lenguaje supremo para mostrarnos los que desde hace,creo que 5 años, pasa todas las tardes en una cierta televisión, y no era fácil.

Blues Catanzzaro dijo...

Jajajjaja, que gran realidad española acabas de narrarnos. Ojalá el disparo hubiera sido de verdad...