miércoles, 19 de marzo de 2008

Viaje extasiástico a la estación del bucle.

Subían y bajaban. Una y otra vez, sin descanso.

Una melodía se escapaba de entre los estridentes acordes que todo lo controlaban. Y yo permanecía allí, en medio, de pie, como mirándolo todo desde una burbuja infranqueable, como si estuviera en un margen agotado por todas aquellas existencias que danzaban clavando sus ojos vacíos en los del resto pero sin llegar a traspasar el vidrio que bloqueaba la realidad. Una y otra vez, sin descanso, sin permitir que aquel ejercicio de contemplación de la destrucción ajena evitara colaborar en la mía propia.

Cuando fluye la letanía es difícil combatirla, más cuando su llegada es bienvenida y deseada, y se apodera de tu voluntad. La voluntad es lo último que perdemos instantes antes de dejar de ser personas para convertirnos en entes inanimados, en vacuos seres guiados únicamente por los espasmos artificiales que se dibujan en nuestras mentes gracias al sonido que extrae una aguja de un vinilo que da vueltas una y otra vez. Una y otra vez, sin descanso, una y otra vez.

Un ejército de valientes abandonados al sumo estado de plenitud que jamás he conocido. Un ejército de cobardes que no aceptan la realidad tal y como es. Tal vez, bien pensado, no sea más que una realidad más… cuando la has llegado a conocer.

La cuestión es que la melodía sonaba perfecta en mi cabeza, desde la que era conducida a todos los rincones de mi cuerpo. Conductos plenos de satisfacción acelerada. Todo mi ser palpitaba, una vez más, una y otra vez, sin descanso, una y otra vez más. Y allí continuaba estando yo, observándolo todo desde el altar de los que contemplan, como si conmigo no fuera la cosa a pesar de ser uno más.

Una vez más.

martes, 18 de marzo de 2008

Detención

Parece ser que aquel grupo de muchachos, desde el punto de vista froidiano, habían pasado de la etapa sádico-anal a otra etapa “hijadeputa” porque se pasaban el día “dando por culo” metafóricamente. Tal era la cualidad de la brutal ponzoña de aquellas adolescentes criaturas que, nadie en el barrio, se atrevía a dejar su coche en la calle, con lo que los precios de las plazas de aparcamiento se habían disparado.

No sé si en todo el asunto tendría algo que ver el hecho de que el cabecilla fuera hijo del dueño de una oficina inmobiliaria, pero como yo así lo creí… esa fue la razón de que incendiara la citada oficina.

El inspector miró a sus compañeros y luego miró al detenido estirando el silencio como una goma que terminaría por romperse de tan tensa, pero no fue así. Finalmente habló con voz pausada mientras borraba de su ordenador la transcripción de aquella declaración:

--¿Sabe una cosa?

El silencio, esta vez, fue breve antes de continuar.

--Me ha convencido. Dejaremos una semana de margen y si esas sabandijas prepúberes dejan de dar por culo, como usted dice, nunca le habremos detenido por pirómano. Pero como esos cabrones vuelvan a tocar mi coche…

Esta vez la pausa si llevó a una explosión emocional en la voz del policía.

--…Le juro por el nuevo código de circulación, que haré con sus huesos todo aquello que, por ley, no puedo hacer a esos mocosos.

Y ante el atónito silencio de todos, en especial del detenido, miró hacia la puerta con un claro gesto de su cabeza.

--¡Puede marcharse!

Sin embargo, cuando empezaba a traspasar el umbral de la libertad, la voz del inspector le clavó de nuevo al suelo.

--Y, de aquí a entonces, no se le ocurra salir del país porque haré que le pongan en el listado del Interpol como el terrorista más buscado.

Terminó de salir de allí con el miedo en el cuerpo, pero con una firme decisión de vigilar día y noche a aquellos bárbaros a fin de asegurarse una distancia de seguridad entre él y las garras del inspector.

by Vicente Salinas Roca

registrado

miércoles, 12 de marzo de 2008

What a wonderful World

What a wonderful World
Que mundo tan maravilloso.






El vaho invadía la estancia contigua al baño, las diminutas gotas transportaban su contenido aromático. Gardenias, dulces gardenias que llevaban a un jardín encantado repleto de ellas. Entró por sus fosas nasales invitándole a contemplarla dentro de la bañera. Se sentó en la taza del inodoro y la miró en silencio durante largo rato. Dos perlas verdes se enfrentaban a él bajo un mechón rojizo, también en silencio.

Únicamente Louis llenaba el ambiente con What a wonderful world, rasgada What a wonderful world, siniestramente esperanzadora What a wonderful world.

Tan bella como siempre, sus pechos quedaban ligeramente cubiertos por el contenido caldoso, dejando entrever la pacífica oscuridad de sus pezones. Su tez inmaculada, piel de hada, resplandecía decorada por minúsculas esferas del rocío. El disco dejó de girar. Después de esa póstuma canción, entonces sus palabras ocuparon el espacio.

-Perdóname-. Mientras recogía la ropa interior esparcida sobre las baldosas. -Ya se que he sido un auténtico cabrón y también se que no te mereces todo lo que te he hecho pasar. Perdóname- Hizo una pausa para llevarse con ambas manos las delicadas prendas hasta la nariz, sumergiéndose en ella, casi ahogándose en ella. De nuevo, con la voz entrecortada, dijo -perdóname- y la miró con lágrimas en los ojos antes de volver al salón y marcar el 091.

Ella no contestó, continuó mirándole fijamente, mostrándole las grandes grietas que abrían sus muñecas, mientras su hermosa melena se fundía en perfecta armonía con la tonalidad antinatural del agua.
by Mise

domingo, 9 de marzo de 2008

Juicio al adjetivo

Ya Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista, advertía: «No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo».

Drummond de Andrade va más allá y nos confiesa que «en la medida en que envejezco, voy dejando de lado los adjetivos. Llego a cerciorarme que es posible decirlo todo sin ellos, mejor que con ellos.

¿Por qué "noche gélida", "solitaria noche", "noche profunda"? Es suficiente "la noche".

Frío, soledad y profundidad están latentes en el lector, pronto a envolverlo, ante la sola provocación de una simple palabra: "noche"».

¿Habrá alguien que los defienda?

Sí, y con mucha pasión, Adam Zagajewski:

«A menudo nos repiten que debemos suprimir los adjetivos. Un buen estilo—oímos decir—puede prescindir perfectamente del adjetivo; le basta el arco sólido del sustantivo y la flecha ubicua del verbo. Y, sin embargo, el mundo sin adjetivos es triste como el quirófano en el día de domingo. Una luz azulina se filtra a través de las ventanas frías, zumban en voz baja los mustios tubos fluorescentes.

El sustantivo y el verbo son suficientes para los soldados y los dirigentes de los países totalitarios. Porque el adjetivo es el garante indeleble de la individualidad de los objetos y las persona. He aquí un montón de melones en un tenderete. Para un adversario de los adjetivos la situación no presenta ninguna dificultad. “Los melones están en el tenderete.” Y lo cierto es que un melón es amarillento como la tez de Talleyrand mientras discurseaba en el Congreso de Viena, otro es verde, inmaduro y lleno de arrogancia juvenil, y hay uno que tiene la cara chupada y se ha sumido en un silencio profundo y fúnebre como si no pudiera acabar de despedirse de los campos de Provenza. No hay dos melones iguales. Algunos son oblongos, otros rechonchos. Duros o blandos. Huelen a campiña y a amaneceres o están secos, resignados a todos, asesinados por el transporte, por la lluvia, por las manos de unos desconocidos y por el cielo plomizo de un suburbio parisino».

En este juicio no hay un único juez: sólo cuenta el veredicto de los testigos y el de la opinión pública.

Se abre la sesión.

martes, 4 de marzo de 2008

Sólo conseguiré volverme loco.

No recuerdo la última vez que llovió más de cien días seguidos en la ciudad, pero estoy a punto de olvidarme de lo que es un día de sol.

Si sigo así sólo conseguiré volverme loco.

Necesito escapar hacia algún lugar desierto, a casas de madera mirando al mar de ninguna parte, en medio de montañas verdes o rojas y con la única compañía del viento perpetuo.

Solos el cielo, el mar y mi casa de madera en el acantilado, para que si algún día se cae al vacío de tus ojos todos piensen que fue un error de cálculo al salir de la cama.

Ese día se levantó con el pie izquierdo -comentarán todos mientras ríen y fuman y beben cerveza hasta llorar alcohol.

Y el aroma de sal que lo absorbe todo y ser mecido como la hoja de un árbol en medio de cualquier tarde de otoño menos en esta.

Si sigo así sólo conseguiré volverme loco.

Se escucha una música que viene de algún sitio en el que siempre he estado pero que no consigo recordar y encima de la mesa los apuntes me miran acusadores.

Espero paciente el día en que pueda tropezarme con un guisante que me haga caer de bruces contra el mundo dejando al descubierto aquello que se enseña sin ver.

El amargo olor de las manzanas podridas inunda las cestas de caperucitas anónimas mientras acecho como un lobo sin dientes esperando recoger las migajas.

Miro mi reflejo en el espejo del mundo mientras mi alma absorbe todo lo que hay alrededor y ya me lo decía mi madre.

Si sigo así sólo conseguiré volverme loco.




La locura es subjetiva, pero si no cuela esto sólo es un ejercicio de escritura surrealista.

Foto: Cristóbal Palma. Casa Poli, ubicada en la Península de Coliumo, a 550 km al sur de Santiago de Chile.

TOLKIEN: PEQUEÑO GRAN HOMENAJE A UN GENIO

Mucho se ha escrito sobre Tolkien, muchos grandes profesionales se han detenido a discutir sobre su obra, tal ha sido la repercusión que ha tenido su trabajo. Siendo así, no pretendo hacer un ensayo pormenorizado de cada detalle de tan magna obra, porque sencillamente no estoy capacitado para ello, y porque sería redundar en más de lo mismo. Aquí pretendo solamente hablar de mis impresiones personales y resaltar algunos datos sobre el que para mí es un genio sin parangón no sólo en la literatura fantástica, sino en el mundo de las letras en general. Sé que algunos me tildarán de exagerado, sé que muchos puritanos consideran a Tolkien y su obra como “cuentos para adolescentes”, “relatos fantásticos para quienes no les gusta la verdadera literatura” (su literatura, la que ellos consideran como tal), o sencillamente… que no es literatura. Sin embargo, la obra de Tolkien me merece, personalmente, no sólo todos mis respetos, sino toda mi admiración.Obviamente, no esperen objetividad por mi parte.No puede haberla en un homenaje.

***

¿Qué es lo que más destaca en la obra de Tolkien? Realmente sería complicado responder a algo así, en tanto cada lector que se sumerge en alguna de sus historias se ve sorprendido por diversos aspectos de estas: universalidad en los conceptos, enormidad en el mundo geográfico y temporal donde transcurren los libros, complejidad de las sociedades y culturas de cada uno de los pueblos que pueblan la Tierra Media (ese mundo nuestro, el real, pero enclaustrado en un tiempo imaginario), los lenguajes…

Para mí es el perfecto equilibrio de un universo pensado al milímetro, la magnífica capacidad de Tolkien a la hora de tomar mitos y leyendas de diversas culturas antiguas y aunarlas en un todo, en una mitología propia pero que a la vez nos resulta cercana a todos los lectores.Sí, porque a pesar de lo que muchos creen, el universo tolkeniano no nació de la nada. Contiene conceptos derivados de la exhaustiva documentación que el profesor recopiló: Beowulf, la rica mitología nórdica y celta, El Anillo de los Nibelungos, la Leyenda del Rey Arturo, la Biblia, incluso… Tolkien tomó lo que consideraba oportuno de todo aquello, forjando algo nuevo desde lo extraordinariamente antiguo. Renovó la mitología. Ese era su principal interés, así lo dijo en muchas de sus cartas, lo que Tolkien pretendía era crear una mitología que sobreviviera a sus tiempos, una prehistoria mítica de nuestro mundo actual y real.

En mi opinión, ciertamente lo logró.Imagínense por un momento la tremenda magnitud de tal tarea, no en vano a Tolkien (no olvidemos que un profesor y erudito de la lengua inglesa) le costó la friolera de 16 años desarrollar El Señor de los Anillos… ¡16 años! Comenzando con los esbozos nacidos en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial (en la que Tolkien participó si bien brevemente), y que darían lugar a la amplia cosmogenia tolkeniana (que luego se convertiría en El Sillmarillion), Tolkien creo toda un inmenso y detallado universo con su propia y dilatada historia. Desde la creación del mundo gracias a la música por parte de Eru (el Dios Supremo) y sus hijos inmortales (claramente un reflejo de los arcángeles, aunque convertidos en dioses menores) hasta la conclusión de la era mítica en El Señor de los Anillos, su obra más universal; grandes aventuras épicas (la Caída de Númenor, basada en la leyenda de la Atlántida, o la Guerra del Anillo, mezcladas con pequeñas fábulas románticas como la historia de amor entre Luthien y Beren, reencarnada luego en las figuras de Arwen y Aragorn); razas antaño vagas (como sus maravillosos elfos, surgidos de los Tuatha De Dannan irlandeses del Libro de las Invasiones), que ahora quedaban perfiladas por completo al contar con una sociedad, historia y lenguaje perfectamente estructurados; creaciones propias como los famosos hobbits, que derivarían en razas tan divertidas como los kenders de la franquicia Dragonlance.

Tolkien no dejó nada al azar, creo un lugar, con su historia, sus idiomas, sus alfabetos, sus propias leyendas, su flora, su fauna… Sí, una tarea titánica (los que escribimos bien que lo sabemos), por cuyo valor al no ser abandonada merece Tolkien, a mi modo de ver, el calificativo de genio. Para apreciar la grandeza de lo creado por Tolkien, basta un ejemplo revelador que nos regala David Day en la “Enciclopedia Tolkien Ilustrada”:“Sería como si Homero, antes de escribir la Ilíada, o la Odisea, hubiera tenido que inventar primero toda la mitología y la historia griegas”.

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Aquellos que critican al profesor se ceban sobre todo en su estilo narrativo. No analizaré tal concepto porque sinceramente no soy un experto en el tema, pero diré que he leído críticas que comparan el estilo de Tolkien con el de grandes plumas como Joyce, Pound o T.S. Eliot, a quien pocos discuten. Y, de nuevo, recuerdo que Tolkien fue un reputado académico. Para muestra, nada más fácil que leer las muchas biografías del autor: catedrático en el Departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Leeds y más tarde catedrático de anglosajón en la Universidad de Oxford. No son pocas credenciales.

Derivado de todo ello, Tolkien fue un estudioso de la Lengua y la Lilteratura Inglesa en dos áreas que marcarían su obra: la anglosajona y la medieval. Dicha sapiencia tendría su máximo exponente en la invención por su parte (alrededor del 1912), de lo que serían las lenguas élficas presentes en sus obras, el Quenya y el Sindarin, inspirados en principio en los idiomas finlandés, irlandés y sobre todo galés. Los lenguajes creados por Tolkien contienen tantos detalles y matices que han sido objeto de profundos estudios lingüisticos, otro punto más de la grandeza imaginativa del profesor (¡¡Hoy en día se puede incluso encontrar academias en las que aprender élfico!!).

Y luego está el trasfondo moral de las historias de Tolkien. Siguen el axioma popularizado por Lord Acton: “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”, que dota de una épica a cada acción y consecuencia. Otra de las leyes fundamentales en las historias tolkenianas sería el principio de que el mal siempre se vuelve contra sí mismo de modo natural, un concepto llevado al extremo en la figura de el Anillo Único y el infeliz Gollum. Esta moralidad obviamente no es trasladable al mundo real, en tanto aquí las malas acciones no siempre reciben un castigo, desgraciadamente, pero es igualmente fácil de adoptar por el lector ansioso de una justicia poética que no existe en nuestra sociedad. Igualmente, muchos elementos de la obra de Tolkien, especialmente en El Señor de los Anillos, consiguen atrapar al lector por la cercanía con el mundo real. Tolkien equipara el mal con la desproporcionada progresión tecnológica en la figura de Sauron y en especial de Saruman (que destroza gran parte del bosque de Fangorn para alimentar sus hornos y producir armas para la guerra), en clara referencia al conflicto mundial que el propio Tolkien vivió en persona (tal concepto sería oportunamente utilizado por diversos movimientos ecológicos sobre todo en los años 60). Del mismo modo compara el tranquilo y campechano modo de vida de los hobbits (típicamente inglés) con el bien. La adopción del dragón como signo del mal, o la similitud de Sauron y Morgoth con el ángel caído que se convirtió en el diablo muestran igualmente una inspiración católica, no obstante aderezada con el toque mítico de otras tantas mitologías del pasado, como ya he comentado.

***

Como conclusión, conviene apuntar que hoy la influencia de la obra de Tolkien va más allá del marketing y de sus, algunos, compulsivos seguidores (que son legión, más todavía tras las adaptaciones cinematográficas de sus libros). El Señor de los Anillos es una obra de obligada lectura en muchas escuelas británicas, y supuso un estandarte de la contracultura de los años 60. Ha calado tanto en la sociedad no sólo inglesa sino mundial que ni lo advertimos. Un nuevo ejemplo: en otras épocas el mago era una figura oscura, misteriosa y en ocasiones terrible, más cercano al druida celta que al mito que tenemos de Merlín actualmente. Pero apareció Gandalf, el Gandalf de Tolkien (que también innovo al apartar la concepción de mago como profesión y convertirlo en una especie de mensajeros divinos encarnados, una nueva similitud con la religión cristiana), el Gandalf que se convirtió en el modelo que hoy conocemos de mago, con su característico gorro puntiagudo, la larga barba, la túnica y el bastón. Reconozcámoslo todos. Cuando pensamos en un mago la primera imagen que se nos aparece es la de nuestro querido Gandalf (¡Incluso a aquellos que jamás se han leído el libro o visto las películas!), del mismo modo que cuando pensamos en un elfo nos viene a la memoria la magnífica estampa de Elrond o Galadriel, y no las antiguas descripciones de seres diminutos y traviesos. Son legión los escritores que se han visto influenciados por la obra de Tolkien (yo mismo, aunque sólo sea un aficionado), que se nutren del particular estilo de narrar o concebir historias del profesor Tolkien. Franquicias de literatura fantástica, mal llamada “de espada y brujería”, han surgido a la sombra del maestro, casi plagios algunos, sinceros homenajes otros. Se critica a este género porque se le tilda de comercial. Un argumento patético. Repasen el pasado reciente. En su día, hubo críticos que se ensañaron con cierto grupo inglés por considerarlo comercial y demasiado popular. Y sin embargo, hoy en día los Beatles son considerados el máximo exponente de la música de calidad, y sus letras incluso estudiadas en universidades. Es crónico de ciertos críticos atacar a aquello que vende, a aquello que, en definitiva, gusta. Pero yo me pregunto… ¿no es la literatura, además de un arte, un entretenimiento? ¿No nació al fin y al cabo para ello? Si atendemos a este concepto tan elemental, la literatura fantástica, así como otros géneros tan vilipendiados como la ciencia-ficción y el terror, merecen tanto respeto como cualquier otro estilo literario.

Y entre los grandes maestros no sólo de estos géneros sino de la literatura universal, realmente creo que Tolkien merece un puesto privilegiado, al lado de genios como Joyce, Lovecraft e incluso Cervantes y otros grandes clásicos, aunque sólo sea por atreverse a concebir un mundo que nos ha otorgado a muchos innumerables horas de ocio y emociones.

Aunque sólo sea por hacernos soñar e impulsarnos a escribir.


BREVE BIBLIOGRAFÍA DE J.R.R TOLKIEN:

-El Hobbit, 1937

-Egidio, el granjero de Ham, 1949

-El Señor de los Anillos:

La Comunidad del Anillo, 1954

Las Dos Torres, 1954

El Retorno del Rey, 1955

-Las Aventuras de Tom Bombadil, 1962

-El Herrero de Wootton Mayor, 1967

-El Silmarillion, 1977

-Cuentos inconclusos, 1980

-Los Hijos de Húrin, 2007



© 2007 Javier Pellicer Moscardó