Ya Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista, advertía: «No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo».
Drummond de Andrade va más allá y nos confiesa que «en la medida en que envejezco, voy dejando de lado los adjetivos. Llego a cerciorarme que es posible decirlo todo sin ellos, mejor que con ellos.
¿Por qué "noche gélida", "solitaria noche", "noche profunda"? Es suficiente "la noche".
Frío, soledad y profundidad están latentes en el lector, pronto a envolverlo, ante la sola provocación de una simple palabra: "noche"».
¿Habrá alguien que los defienda?
Sí, y con mucha pasión, Adam Zagajewski:
«A menudo nos repiten que debemos suprimir los adjetivos. Un buen estilo—oímos decir—puede prescindir perfectamente del adjetivo; le basta el arco sólido del sustantivo y la flecha ubicua del verbo. Y, sin embargo, el mundo sin adjetivos es triste como el quirófano en el día de domingo. Una luz azulina se filtra a través de las ventanas frías, zumban en voz baja los mustios tubos fluorescentes.
El sustantivo y el verbo son suficientes para los soldados y los dirigentes de los países totalitarios. Porque el adjetivo es el garante indeleble de la individualidad de los objetos y las persona. He aquí un montón de melones en un tenderete. Para un adversario de los adjetivos la situación no presenta ninguna dificultad. “Los melones están en el tenderete.” Y lo cierto es que un melón es amarillento como la tez de Talleyrand mientras discurseaba en el Congreso de Viena, otro es verde, inmaduro y lleno de arrogancia juvenil, y hay uno que tiene la cara chupada y se ha sumido en un silencio profundo y fúnebre como si no pudiera acabar de despedirse de los campos de Provenza. No hay dos melones iguales. Algunos son oblongos, otros rechonchos. Duros o blandos. Huelen a campiña y a amaneceres o están secos, resignados a todos, asesinados por el transporte, por la lluvia, por las manos de unos desconocidos y por el cielo plomizo de un suburbio parisino».
En este juicio no hay un único juez: sólo cuenta el veredicto de los testigos y el de la opinión pública.
Se abre la sesión.
domingo, 9 de marzo de 2008
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3 comentarios:
¿Adjetivos sí o no? pues ambas... ¿Por qué anular un recurso útil que nos brinda nuestra lengua? No tiene sentido, los adjetivos están ahí para ser utilizados. No olvidemos que cada lector observa nuestras historias desde su punto de vista. ¿Por qué una noche tiene que ser precisamente fría? Hay noches cálidas de verano. El adjetivo es, en algunos casos, necesario, y en otros al menos enriquecedor.
Ahora, el abuso por supuesto jamás es bienvenido. En la medida en que el contexto de la escena es suficiente para adjetivizar por sí mismo la narración, hay que "economizar" en adjetivos.
Mi opinión es que todo se basa, como en la vida, en el equilibrio. No nos cerremos las puertas a ningún recurso de la lengua, pero tampoco abusemos de ellos.
Totalmente de acuerdo a la opinión de Javier.
Sería incapaz de escribir ni un sólo triste, opaco, redondo, en ocasiones gracil, otras muchas siniestro y siempre tímido pero pertinaz verso.
No concibo la poesía sin su mayor aliado.
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