Mucho se ha escrito sobre Tolkien, muchos grandes profesionales se han detenido a discutir sobre su obra, tal ha sido la repercusión que ha tenido su trabajo. Siendo así, no pretendo hacer un ensayo pormenorizado de cada detalle de tan magna obra, porque sencillamente no estoy capacitado para ello, y porque sería redundar en más de lo mismo. Aquí pretendo solamente hablar de mis impresiones personales y resaltar algunos datos sobre el que para mí es un genio sin parangón no sólo en la literatura fantástica, sino en el mundo de las letras en general. Sé que algunos me tildarán de exagerado, sé que muchos puritanos consideran a Tolkien y su obra como “cuentos para adolescentes”, “relatos fantásticos para quienes no les gusta la verdadera literatura” (su literatura, la que ellos consideran como tal), o sencillamente… que no es literatura. Sin embargo, la obra de Tolkien me merece, personalmente, no sólo todos mis respetos, sino toda mi admiración.Obviamente, no esperen objetividad por mi parte.No puede haberla en un homenaje.
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¿Qué es lo que más destaca en la obra de Tolkien? Realmente sería complicado responder a algo así, en tanto cada lector que se sumerge en alguna de sus historias se ve sorprendido por diversos aspectos de estas: universalidad en los conceptos, enormidad en el mundo geográfico y temporal donde transcurren los libros, complejidad de las sociedades y culturas de cada uno de los pueblos que pueblan la Tierra Media (ese mundo nuestro, el real, pero enclaustrado en un tiempo imaginario), los lenguajes…
Para mí es el perfecto equilibrio de un universo pensado al milímetro, la magnífica capacidad de Tolkien a la hora de tomar mitos y leyendas de diversas culturas antiguas y aunarlas en un todo, en una mitología propia pero que a la vez nos resulta cercana a todos los lectores.Sí, porque a pesar de lo que muchos creen, el universo tolkeniano no nació de la nada. Contiene conceptos derivados de la exhaustiva documentación que el profesor recopiló: Beowulf, la rica mitología nórdica y celta, El Anillo de los Nibelungos, la Leyenda del Rey Arturo, la Biblia, incluso… Tolkien tomó lo que consideraba oportuno de todo aquello, forjando algo nuevo desde lo extraordinariamente antiguo. Renovó la mitología. Ese era su principal interés, así lo dijo en muchas de sus cartas, lo que Tolkien pretendía era crear una mitología que sobreviviera a sus tiempos, una prehistoria mítica de nuestro mundo actual y real.
En mi opinión, ciertamente lo logró.Imagínense por un momento la tremenda magnitud de tal tarea, no en vano a Tolkien (no olvidemos que un profesor y erudito de la lengua inglesa) le costó la friolera de 16 años desarrollar El Señor de los Anillos… ¡16 años! Comenzando con los esbozos nacidos en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial (en la que Tolkien participó si bien brevemente), y que darían lugar a la amplia cosmogenia tolkeniana (que luego se convertiría en El Sillmarillion), Tolkien creo toda un inmenso y detallado universo con su propia y dilatada historia. Desde la creación del mundo gracias a la música por parte de Eru (el Dios Supremo) y sus hijos inmortales (claramente un reflejo de los arcángeles, aunque convertidos en dioses menores) hasta la conclusión de la era mítica en El Señor de los Anillos, su obra más universal; grandes aventuras épicas (la Caída de Númenor, basada en la leyenda de la Atlántida, o la Guerra del Anillo, mezcladas con pequeñas fábulas románticas como la historia de amor entre Luthien y Beren, reencarnada luego en las figuras de Arwen y Aragorn); razas antaño vagas (como sus maravillosos elfos, surgidos de los Tuatha De Dannan irlandeses del Libro de las Invasiones), que ahora quedaban perfiladas por completo al contar con una sociedad, historia y lenguaje perfectamente estructurados; creaciones propias como los famosos hobbits, que derivarían en razas tan divertidas como los kenders de la franquicia Dragonlance.
Tolkien no dejó nada al azar, creo un lugar, con su historia, sus idiomas, sus alfabetos, sus propias leyendas, su flora, su fauna… Sí, una tarea titánica (los que escribimos bien que lo sabemos), por cuyo valor al no ser abandonada merece Tolkien, a mi modo de ver, el calificativo de genio. Para apreciar la grandeza de lo creado por Tolkien, basta un ejemplo revelador que nos regala David Day en la “Enciclopedia Tolkien Ilustrada”:“Sería como si Homero, antes de escribir la Ilíada, o la Odisea, hubiera tenido que inventar primero toda la mitología y la historia griegas”.
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Aquellos que critican al profesor se ceban sobre todo en su estilo narrativo. No analizaré tal concepto porque sinceramente no soy un experto en el tema, pero diré que he leído críticas que comparan el estilo de Tolkien con el de grandes plumas como Joyce, Pound o T.S. Eliot, a quien pocos discuten. Y, de nuevo, recuerdo que Tolkien fue un reputado académico. Para muestra, nada más fácil que leer las muchas biografías del autor: catedrático en el Departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Leeds y más tarde catedrático de anglosajón en la Universidad de Oxford. No son pocas credenciales.
Derivado de todo ello, Tolkien fue un estudioso de la Lengua y la Lilteratura Inglesa en dos áreas que marcarían su obra: la anglosajona y la medieval. Dicha sapiencia tendría su máximo exponente en la invención por su parte (alrededor del 1912), de lo que serían las lenguas élficas presentes en sus obras, el Quenya y el Sindarin, inspirados en principio en los idiomas finlandés, irlandés y sobre todo galés. Los lenguajes creados por Tolkien contienen tantos detalles y matices que han sido objeto de profundos estudios lingüisticos, otro punto más de la grandeza imaginativa del profesor (¡¡Hoy en día se puede incluso encontrar academias en las que aprender élfico!!).
Y luego está el trasfondo moral de las historias de Tolkien. Siguen el axioma popularizado por Lord Acton: “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”, que dota de una épica a cada acción y consecuencia. Otra de las leyes fundamentales en las historias tolkenianas sería el principio de que el mal siempre se vuelve contra sí mismo de modo natural, un concepto llevado al extremo en la figura de el Anillo Único y el infeliz Gollum. Esta moralidad obviamente no es trasladable al mundo real, en tanto aquí las malas acciones no siempre reciben un castigo, desgraciadamente, pero es igualmente fácil de adoptar por el lector ansioso de una justicia poética que no existe en nuestra sociedad. Igualmente, muchos elementos de la obra de Tolkien, especialmente en El Señor de los Anillos, consiguen atrapar al lector por la cercanía con el mundo real. Tolkien equipara el mal con la desproporcionada progresión tecnológica en la figura de Sauron y en especial de Saruman (que destroza gran parte del bosque de Fangorn para alimentar sus hornos y producir armas para la guerra), en clara referencia al conflicto mundial que el propio Tolkien vivió en persona (tal concepto sería oportunamente utilizado por diversos movimientos ecológicos sobre todo en los años 60). Del mismo modo compara el tranquilo y campechano modo de vida de los hobbits (típicamente inglés) con el bien. La adopción del dragón como signo del mal, o la similitud de Sauron y Morgoth con el ángel caído que se convirtió en el diablo muestran igualmente una inspiración católica, no obstante aderezada con el toque mítico de otras tantas mitologías del pasado, como ya he comentado.
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Como conclusión, conviene apuntar que hoy la influencia de la obra de Tolkien va más allá del marketing y de sus, algunos, compulsivos seguidores (que son legión, más todavía tras las adaptaciones cinematográficas de sus libros). El Señor de los Anillos es una obra de obligada lectura en muchas escuelas británicas, y supuso un estandarte de la contracultura de los años 60. Ha calado tanto en la sociedad no sólo inglesa sino mundial que ni lo advertimos. Un nuevo ejemplo: en otras épocas el mago era una figura oscura, misteriosa y en ocasiones terrible, más cercano al druida celta que al mito que tenemos de Merlín actualmente. Pero apareció Gandalf, el Gandalf de Tolkien (que también innovo al apartar la concepción de mago como profesión y convertirlo en una especie de mensajeros divinos encarnados, una nueva similitud con la religión cristiana), el Gandalf que se convirtió en el modelo que hoy conocemos de mago, con su característico gorro puntiagudo, la larga barba, la túnica y el bastón. Reconozcámoslo todos. Cuando pensamos en un mago la primera imagen que se nos aparece es la de nuestro querido Gandalf (¡Incluso a aquellos que jamás se han leído el libro o visto las películas!), del mismo modo que cuando pensamos en un elfo nos viene a la memoria la magnífica estampa de Elrond o Galadriel, y no las antiguas descripciones de seres diminutos y traviesos. Son legión los escritores que se han visto influenciados por la obra de Tolkien (yo mismo, aunque sólo sea un aficionado), que se nutren del particular estilo de narrar o concebir historias del profesor Tolkien. Franquicias de literatura fantástica, mal llamada “de espada y brujería”, han surgido a la sombra del maestro, casi plagios algunos, sinceros homenajes otros. Se critica a este género porque se le tilda de comercial. Un argumento patético. Repasen el pasado reciente. En su día, hubo críticos que se ensañaron con cierto grupo inglés por considerarlo comercial y demasiado popular. Y sin embargo, hoy en día los Beatles son considerados el máximo exponente de la música de calidad, y sus letras incluso estudiadas en universidades. Es crónico de ciertos críticos atacar a aquello que vende, a aquello que, en definitiva, gusta. Pero yo me pregunto… ¿no es la literatura, además de un arte, un entretenimiento? ¿No nació al fin y al cabo para ello? Si atendemos a este concepto tan elemental, la literatura fantástica, así como otros géneros tan vilipendiados como la ciencia-ficción y el terror, merecen tanto respeto como cualquier otro estilo literario.
Y entre los grandes maestros no sólo de estos géneros sino de la literatura universal, realmente creo que Tolkien merece un puesto privilegiado, al lado de genios como Joyce, Lovecraft e incluso Cervantes y otros grandes clásicos, aunque sólo sea por atreverse a concebir un mundo que nos ha otorgado a muchos innumerables horas de ocio y emociones.
Aunque sólo sea por hacernos soñar e impulsarnos a escribir.
BREVE BIBLIOGRAFÍA DE J.R.R TOLKIEN:
-El Hobbit, 1937
-Egidio, el granjero de Ham, 1949
-El Señor de los Anillos:
La Comunidad del Anillo, 1954
Las Dos Torres, 1954
El Retorno del Rey, 1955
-Las Aventuras de Tom Bombadil, 1962
-El Herrero de Wootton Mayor, 1967
-El Silmarillion, 1977
-Cuentos inconclusos, 1980
-Los Hijos de Húrin, 2007
© 2007 Javier Pellicer Moscardó
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