Parece ser que aquel grupo de muchachos, desde el punto de vista froidiano, habían pasado de la etapa sádico-anal a otra etapa “hijadeputa” porque se pasaban el día “dando por culo” metafóricamente. Tal era la cualidad de la brutal ponzoña de aquellas adolescentes criaturas que, nadie en el barrio, se atrevía a dejar su coche en la calle, con lo que los precios de las plazas de aparcamiento se habían disparado.
No sé si en todo el asunto tendría algo que ver el hecho de que el cabecilla fuera hijo del dueño de una oficina inmobiliaria, pero como yo así lo creí… esa fue la razón de que incendiara la citada oficina.
El inspector miró a sus compañeros y luego miró al detenido estirando el silencio como una goma que terminaría por romperse de tan tensa, pero no fue así. Finalmente habló con voz pausada mientras borraba de su ordenador la transcripción de aquella declaración:
--¿Sabe una cosa?
El silencio, esta vez, fue breve antes de continuar.
--Me ha convencido. Dejaremos una semana de margen y si esas sabandijas prepúberes dejan de dar por culo, como usted dice, nunca le habremos detenido por pirómano. Pero como esos cabrones vuelvan a tocar mi coche…
Esta vez la pausa si llevó a una explosión emocional en la voz del policía.
--…Le juro por el nuevo código de circulación, que haré con sus huesos todo aquello que, por ley, no puedo hacer a esos mocosos.
Y ante el atónito silencio de todos, en especial del detenido, miró hacia la puerta con un claro gesto de su cabeza.
--¡Puede marcharse!
Sin embargo, cuando empezaba a traspasar el umbral de la libertad, la voz del inspector le clavó de nuevo al suelo.
--Y, de aquí a entonces, no se le ocurra salir del país porque haré que le pongan en el listado del Interpol como el terrorista más buscado.
Terminó de salir de allí con el miedo en el cuerpo, pero con una firme decisión de vigilar día y noche a aquellos bárbaros a fin de asegurarse una distancia de seguridad entre él y las garras del inspector.
by Vicente Salinas Roca
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